Si no lo jugaba así, no terminaba así. La única forma que tenía Peñarol de no volverse con paliza en la valija, era dejando la vida en la cancha. Si respiraba el aire amistoso, veraniego, entrañable que propone un partido así, tan festivo, hubiese caído en una pegajosa red donde Real Madrid hubiera disfrutado una cartera de goles.
Por el contrario, Peñarol peleó cada pelota con hambre. Corrió y ahogó, salpicó de sudor el césped del Bernabeú, obligó a los rivales a pensar dos veces en ir a buscar las divididas. El límite con la mala intención era peligroso y por suerte, salvo las escapadas de moto de Aguirregaray, nunca se cruzó esa línea.
El Madrid salió a proponer de entrada con Xabi Alonso como estandarte. El volante entiende el juego y es el creador del equipo. Además no tiembla y fue el único del local que quiso jugar al frente sin pensar en cuidar las piernas. No está para la cama solar ni los tatuajes.
Pero al campeón Mundial lo acompañaron muy poco: apenas alguna llegada de Marcelo por izquierda, nada más. Todo cambió con la entrada de Di María. Quiere ganarse el puesto y se lo ganó. Vertical y gozoso, marcó diferencia con gambeta y aceleración para poner el 1-0 y sentenciar el partido.
Peñarol fue a cuidarse y lo hizo. Pero no tenía fundamentos para buscar el arco de enfrente. Estoyanoff aportó velocidad pero no inteligencia. Martinuccio quedó perdido y Pacheco solo podía desequilibrar con alguna oportuna pelota quieta.
No había chance de remontar la desventaja y el Madrid lo liquidó al rato con un penal bien cobrado. Fue 2-0. Nada de goleadas y mejor aún, nada de escandalosas peleas. Tampoco mucho para recordar, salvo la alegría de los hinchas que fueron al Bernabeú y la promesa cumplida del Pato Sosa, que comprobó de primera mano si el shampoo que promociona Cristiano es tan bueno como vende.
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