El partido con Real Madrid sirvió para algo más que una fotografía. Regó de volumen físico y futbolístico a un equipo que lo necesitaba antes de su estreno de temporada.
Peñarol arrancaba nueva era en pastos difíciles: vuelta a un torneo continental, de visita y en un formato que no resiste mucha especulación (si te va mal en un partido...)
La personalidad no iba a faltar. Nunca lo hace en un cuadro Carbonero. Pero el ritmo, la coordinación, la concentración y la velocidad son elementos que suelen escasear en un equipo que juega oficialmente por primera vez en el año. Más todavía si estrena DT.
No faltaron el martes en Guayaquil. Aquel amistoso con el Madrid puede ser una explicación. También la familiaridad de apellidos en una oncena que se plantó con una defensa de memoria, incluyendo sus dos piezas claves: arquero y volante central.
Como en España, Seba Sosa y Arévalo Ríos hicieron lo suyo. Más sueltos, los acompañó un equipo que entró despierto de entrada y fue creciendo en confianza con el paso de los minutos, aprovechando con Estoyanoff los largos espacios que dejaba un rival condicionado a ganar por su localía pero falto de recursos para poder hacerlo.
Se animó a apretar arriba y consiguió la ventaja, con una definición del picante Aguirregaray con complicidad de Perlaza, desafortunado en su desesperado intento de mandarla a la tribuna. Fue el 1-0 y dejó la parte final del partido en un rally emocional.
Llegaron las expulsiones y los penales no cobrados, para ambos lados. Llegó el apriete final del local, inexpresivo desde el juego pero al menos tocado desde el corazón. Llegó la desaprovechada oportunidad de liquidar la serie para Peñarol.
Fue 1-0. Alegría de visitante que deja la puerta abierta en Montevideo,
Barcelona: Máximo Banguera, Jorge Cevallos (76' Luis Miguel Garcés), José Luis Perlaza, Jefferson Hurtado, Giovanni Nazareno; Cristian Sánchez, Fernando Hidalgo, Matías Oyola, Luis Bolaños (62' Mike Rodríguez), Ricardo Noir (60' Pablo Palacios), Juan Samudio
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